Han pasado 26 años, 7 meses y 15 días. Ese es el tiempo exacto que separa a Manny Pacquiao entre dos momentos clave: por el un lado el joven filipino que levantó su primer cinturón mundial el 4 de diciembre de 1998 y por otro el hombre que este sábado, con 46 años, volverá a subir al ring. Su rival será Mario Barrios. El escenario, una vez más, será un campeonato del mundo. El cinturón en juego, el WBC del peso wélter.

Manny Pacquiao no entiende de relojes. El tiempo no lo ha retirado. Tampoco el olvido. Su último combate fue en agosto de 2021, cuando perdió por decisión unánime frente a Yordenis Ugás. Su última victoria, aún más lejana: julio de 2019, contra Keith Thurman. Para cualquier otro, esa inactividad sería el final. Para Pacquiao, es solo una pausa.

Su historia no cabe en un párrafo. Ni en una sola categoría. El zurdo de piernas frenéticas y manos imposibles ha sido campeón mundial en seis divisiones distintas reconocidas por los organismos principales del boxeo: mosca, supergallo, superpluma, ligero, superwélter y wélter. Una hazaña que no ha igualado nadie en la historia moderna.

Pacquiao defiende que su legado abarca ocho coronas en diferentes pesos. Pero hay matices. En peso pluma y superligero, los títulos no fueron avalados por WBC, WBA, IBF o WBO, los cuatro organismos más importantes. Esa narrativa de “ocho divisiones” le ha servido para vender su mito, pero no cambia la verdad: es el único hombre en conquistar títulos reconocidos en seis categorías diferentes. Y eso ya es historia viva del boxeo

Ahora quiere más. No necesita el dinero. Tampoco la fama. Pacquiao quiere cerrar su carrera como la abrió: peleando por un mundial. En 1998, no tenía nada. Solo hambre y manos rápidas. Ganó el título mosca del WBC con 19 años. Hoy, con 46, vuelve a buscar el mismo cinturón, aunque en otro peso y frente a otro hombre. Pero con la misma alma.

Mario Barrios, su rival, es 17 años más joven. Campeón interino del WBC. Alto, fuerte, en su plenitud. No es una pelea sencilla. Ni simbólica. Es real. Y peligrosa.

Pacquiao ha pasado estos últimos años entre política y recuerdos. Senador en Filipinas. Líder de opinión. Leyenda nacional. Pero nunca dejó de entrenar. Nunca dejó de pensar como boxeador. Su cuerpo envejece. Su instinto, no.

Lo que está en juego este sábado va más allá del cinturón. Es una batalla contra el tiempo. Contra el olvido. Contra la lógica. Y esas, a menudo, han sido las peleas favoritas de Pacquiao.

Volver, después de tanto, no es un acto de locura. Es un acto de fe. Porque para él, el ring no es un lugar de paso. Es un destino. Allí donde empezó todo. Y tal vez, donde quiera terminarlo.

Este sábado, el boxeo vuelve a mirar hacia atrás. Y allí sigue Manny. Con 46 años. Con historia en los puños. Y con una promesa no escrita: morir de pie antes que rendirse sentado.

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