En el mundo de las artes marciales mixtas hay ruido, espectáculo, declaraciones cruzadas. Y luego está Reinier De Ridder. Callado, sereno, metódico. Su forma de pelear refleja su personalidad: directa, sin adornos, sin concesiones. Este sábado 26 de julio, el neerlandés debutará en un combate estelar de UFC enfrentando a Robert Whittaker, en un duelo que puede catapultarlo directamente al corazón de la élite del peso medio.
De Ridder nació en Países Bajos en 1990. Desde joven, su vida giró alrededor de dos cosas: los estudios y las artes marciales. Se graduó en fisioterapia, una disciplina que alimentó su comprensión del cuerpo y del esfuerzo. A la par, se formó como judoka y comenzó su camino en el jiu-jitsu brasileño, donde obtuvo un nivel de élite. Su combinación de formación académica y arte marcial no era habitual. Pero funcionó.
Debutó como profesional en 2013. Lo hizo lejos de los focos, en pequeños eventos europeos. Pero pronto llamó la atención por su estilo dominante. Alto para su categoría, zurdo, y con una habilidad para someter rivales que parecía matemática. Su control en la lona y su lectura de los tiempos lo convirtieron en una pesadilla para cualquiera que se atreviera a llevarle la contraria.
En 2019, su carrera dio un giro decisivo cuando firmó con ONE Championship, una de las promotoras más importantes de Asia. Allí se hizo un nombre grande. En poco más de un año, ya era campeón del peso medio. Y no se detuvo. En 2021, subió de división y ganó también el título del peso semipesado, convirtiéndose en doble campeón de la organización. Lo hizo sin estridencias, sin provocaciones, solo con resultados.
“The Dutch Knight”, como se le conoce, acumuló victorias sobre Aung La N Sang (en dos ocasiones), Kiamrian Abbasov o Gilberto Galvao. Su estilo, centrado en la presión, el derribo y la sumisión, ha sido efectivo y constante. Es un maestro del control, un especialista en sofocar rivales hasta obligarlos a rendirse. En sus mejores noches, parece un ajedrecista más que un luchador.
Pero no todo ha sido perfecto. En 2022 sufrió su primera y ante Anatoly Malykhin, quien lo noqueó en el primer asalto y le arrebató el cinturón del semipesado. En la revancha también perdió. Fue un golpe duro. De Ridder lo asumió con serenidad, como parte del proceso. Desde entonces ha trabajado en reconstruirse. Un pleito en UAE Warriors le abrió la puerta de UFC. Meerschaert, Holland y Nickal cayeron ante su poderío. De su peor momento pasó a un gran éxito. Su mentalidad nunca ha sido de revancha, sino de evolución. “A veces se aprende más en una derrota que en cinco victorias”, ha dicho.
Fuera del octágono, De Ridder es un hombre de familia. Padre, profesional, introvertido. Huye del foco mediático y rara vez entra en juegos de provocación. Cree en el respeto, en el trabajo, en la coherencia. Y eso lo ha hecho distinto en un deporte donde el ruido suele ser parte del combate. De Ridder tiene ahora ante sí el reto de demostrar al mundo que tiene las herramientas para complicar a cualquiera en UFC. Su debut en un duelo estelar ante Whittaker es más que una pelea. Es una presentación en sociedad, para el público menos erudito. Un aviso de que el caballero holandés ha cruzado el mundo no para figurar, sino para competir. Para ganar. Para volver a reinar.
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