La escena en Manchester fue tan inesperada como conmovedora. Tony Ferguson, de rodillas en el centro del ring, llorando tras derrotar a Salt Papi en Misfits Boxing 22. No era un simple combate de exhibición. Para él, significaba romper seis años de sequía y recordar que todavía podía ganar.
“El Cucuy” había vivido demasiadas noches oscuras. Entre 2013 y 2019 fue uno de los luchadores más temidos del planeta. Doce victorias consecutivas, un título interino de peso ligero y una aura caótica que convertía cada pelea en un espectáculo. Su estilo, siempre imprevisible, lo convirtió en un favorito de los aficionados y en un nombre indispensable para UFC.
Pero todo cambió tras aquel 2020 marcado por la derrota ante Justin Gaethje. Después llegaron Charles Oliveira, Beneil Dariush, Michael Chandler y tantos otros. Ocho derrotas seguidas lo alejaron del primer plano. Ferguson, que había resistido golpes imposibles, no pudo resistir la inercia de la derrota. UFC cerró su etapa en 2024.
Ahí comenzó su búsqueda de redención. No quería irse con esa imagen de decadencia. Firmó con Global Fight League (GFL), donde lo esperaba un combate contra Dillon Danis. El plan parecía claro: volver a sentirse vivo en una jaula. Pero GFL nunca celebró su primer evento y el duelo quedó en el aire.
La frustración se transformó en oportunidad con Misfits. Allí, frente a Salt Papi, encontró su noche de redención. El británico de origen filipino era favorito tras tres victorias seguidas. Ferguson aguantó la presión inicial y en el tercer asalto descargó una ofensiva que obligó al árbitro a detener la pelea. El veterano cayó al suelo y lloró. Seis años después, había vuelto a ganar.
El destino, caprichoso, quiso que minutos antes Dillon Danis hubiera logrado también un triunfo. Se impuso a Warren Spencer en las X Series 22 y se proclamó campeón de MMA de la promotora. Tras la victoria, lanzó varios desafíos. Y Ferguson, con las emociones todavía a flor de piel, lo señaló como su próximo objetivo.
El careo entre ambos encendió la imaginación de los aficionados. Danis, con 32 años, tiene dos victorias en Bellator y un aura mediática que lo acompaña desde hace tiempo. Su fama se ha construido en redes sociales, pero también en su habilidad para llamar la atención. Para Ferguson, representa una cuenta pendiente y la oportunidad de escribir un último capítulo con sentido.
La gran pregunta es hasta dónde quiere llegar “El Cucuy”. Su victoria en Manchester no lo devuelve a la cima, pero sí le ofrece dignidad y un motivo para seguir adelante. A los 41 años, cada combate puede ser el último. Quizás su carrera encuentre cierre en esa pelea contra Danis. Quizás, simplemente, se trate de un adiós a su manera.
Lo cierto es que Tony Ferguson ya no pelea por títulos ni por rankings. Pelea por sí mismo, por su legado y por no despedirse como un derrotado. Y en Manchester, por fin, pudo volver a sentirse ganador.
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