El rugido del Etihad Arena se apagó con un silencio incómodo. Tom Aspinall, con el rostro cubierto por un paño húmedo, trataba de enfocar lo que no podía ver. Ciryl Gane, a pocos metros, se disculpaba con gestos sinceros. En apenas cuatro minutos y medio, la esperada coronación del campeón británico se había transformado en un vacío: no-contest.

Era la noche en que Aspinall debía confirmar su reinado. Campeón interino en 2024, heredero simbólico tras la retirada de Jon Jones en junio, llegaba a Abu Dabi como el nuevo rostro de la división más antigua y mítica del UFC. Su historia —lesión, redención y ascenso— parecía escrita para completarse frente a Gane, un artista del striking que buscaba su propia redención tras dos caídas en peleas por el título.

Durante los primeros minutos, el duelo respondió a las expectativas. Aspinall avanzó con autoridad, lanzando combinaciones rápidas, mientras Gane giraba con elegancia, buscando el ángulo perfecto para el contragolpe. Hubo tensión, precisión y ese aire de pelea grande que sólo el peso pesado puede ofrecer.

Hasta que el azar intervino. En una defensa instintiva, Gane extendió la mano. Los dedos, sin control, se hundieron en el ojo derecho de Aspinall. El británico dio un paso atrás, con el gesto torcido, y pidió tiempo. Herzog, el árbitro, detuvo la acción. En segundos, la atmósfera cambió: de la euforia al desconcierto.

“Me han metido el dedo hasta el fondo del ojo. No puedo ver”, gritó Aspinall ante los abucheos. La frustración era palpable. Había esperado más de un año para este momento, y todo terminó en segundos. Cuando Herzog declaró el combate sin resultado, el público no supo si aplaudir o lamentarse.

Aspinall salió del octágono con rabia. “Esto es una completa mierda. Apenas había empezado la pelea”, dijo entre dientes, aún con la vista borrosa. Gane, cabizbajo, intentaba procesar lo ocurrido. “Lo siento por todos, por Tom, por mí. Es decepcionante, pero así es este deporte”.

El desenlace dejó una sensación amarga. Nadie ganó, pero todos perdieron algo: Aspinall, su oportunidad de brillar como campeón indiscutido; Gane, el impulso de una victoria que lo habría devuelto a la cima; y los aficionados, una pelea que prometía escribir un nuevo capítulo y terminó en un punto muerto.

Ahora UFC deberá decidir el siguiente paso. Una revancha parece inevitable, pero dependerá de la recuperación del británico. Mientras tanto, el trono del peso pesado queda en pausa, suspendido entre la incertidumbre y la esperanza de que el destino, la próxima vez, no interfiera con un dedo abierto.

Aspinall y Gane compartieron la decepción, y eso dice mucho. Porque incluso entre gigantes, hay noches en que la fuerza no basta. En Abu Dabi, la pelea por el trono no tuvo ganador. Solo la certeza de que, cuando vuelvan a encontrarse, el peso del pasado pesará todavía más.

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