Alexandre Pantoja salió como un depredador hambriento. No concedió un segundo a la duda. Avanzó entre los puños de Kai Kara-France, encajando lo justo, para engancharle y llevarlo al suelo con la misma naturalidad con la que un alud arrastra piedras. Pronto se acomodó en la espalda, enroscado como una boa. Cerró el triángulo con las piernas y empezó a golpear. Kara-France, atrapado en un laberinto de brazos y presión, apenas podía defenderse. Sobrevivir. Eso fue todo su primer asalto: resistir el dominio absoluto del campeón.
El reloj sonó, y la sensación era de alivio para el aspirante, casi un respiro prestado. Porque Pantoja no estaba dispuesto a soltar la presa. En el segundo asalto volvió a su plan: alternó patadas al cuerpo, rodillazos y un ritmo de caza paciente. Kara-France se defendió con valentía, incluso logró escapar de un derribo y levantarse, intentando golpear a la contra. Pero cada vez que abría la guardia, Pantoja devolvía los intercambios con más fiereza. Hubo un instante de rebelión, con Kara-France intentando su propio derribo, pero la respuesta del campeón fue tan rápida como letal. Se sacudió el intento, y le castigó con rodillas y un front kick que volvió a poner distancia.
En el tercero, Kara-France salió decidido a buscar la guerra. Lanzó golpes con rabia. Sin embargo, el patrón se repitió. Pantoja le cazó la espalda como un imán, arrastrándolo al suelo. Ajustó de nuevo el triángulo corporal y, esta vez, no perdonó. Sus manos se deslizaron bajo la barbilla de Kai, encajando el estrangulamiento trasero con precisión quirúrgica. Kara-France intentó pelearlo, pero cuanto más se resistía, más se hundía la soga invisible alrededor de su cuello. Tapó. Sin remedio. El campeón, inamovible, volvió a reinar con la misma contundencia de siempre.
No había terminado de soltar el abrazo victorioso cuando un nuevo rugido se desató en el T-Mobile Arena. Joshua Van, aún con el olor de su reciente triunfo sobre Brandon Royval, saltó a la jaula sin pedir permiso. Van se había ganado el derecho a desafiar tras vencer hace apenas semanas en el UFC 316, donde aceptó la pelea con poco margen y derrotó al número uno del ranking. Su actuación fue de las que no se olvidan.
Contra Royval, Van sobrevivió a una tormenta de volumen. El primer asalto fue un duelo de ritmo frenético, con Royval soltando jabs y patadas sin parar, pero Van supo esperar el momento para golpear con potencia y precisión. Royval, incombustible, trató de imponer su estilo de guerra, lanzando combinaciones desde todos los ángulos. Sin embargo, Van le castigó con dureza, haciendo valer cada golpe cuando Royval le abría la guardia.
En el segundo asalto, Royval aumentó la locura, tirando golpes a puñados y arriesgando su defensa. Van, más frío, continuó respondiendo con contras limpias y potentes. A pesar de la presión, no perdió el control. Fue un asalto igualado, con Royval intentando convertir la pelea en una batalla de desgaste. Van no se dejó atrapar.
Llegó el tercer asalto con Royval lanzando todo su arsenal. Combinaciones, ganchos, patadas. Pero Van seguía de pie, con la mirada fija, negándose a retroceder. Encontró su oportunidad con una derecha brutal que derribó a Royval y marcó la diferencia. El público estalló. Los jueces vieron la decisión clara para Van: 29-28, 29-28 y 30-27.
Ese triunfo le permitió subir al octágono para retar a Pantoja sin que nadie pudiera cuestionarle. El campeón, aún respirando el pulso del combate, aceptó el desafío con la serenidad de quien se sabe el rey de la categoría.
Ahora el destino del peso mosca tiene nombre y apellido: Joshua Van. Un retador que llega con el ímpetu de dos victorias seguidas ante rivales del máximo nivel, dispuesto a medirse con el hombre más temido de la división. Pantoja ya le vio de cerca. Y no apartó la mirada.
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