Ilia Topuria hace fácil lo difícil. Convirtió la pelea más grande de su vida en una exhibición fulminante. En el combate estelar de UFC 317, el hispano-georgiano llegaba como favorito, quizá más que nunca, y cumplió con creces. Charles Oliveira, leyenda viva del peso ligero, salió dispuesto a morir con las botas puestas. Quiso plantar cara, intercambiar, cruzar fuego. Topuria aceptó el reto con calma de depredador.

En los primeros segundos ya se percibía el peligro. Oliveira tanteó la distancia, pero Ilia mantuvo el centro del octágono. Cada jab suyo era un dardo envenenado, marcando territorio. El brasileño, al sentir el poder, decidió buscar el suelo. Una opción lógica, viniendo de un maestro del jiu-jitsu. Sin embargo, Topuria le acompañó con sangre fría, cayendo en una posición dominante y pasando su guardia con una facilidad que dolía solo de mirarla. Oliveira trató de cerrar posiciones, amarrar una pierna, pero nada. El hispano-georgiano se zafó sin esfuerzo.

Volvieron al striking. Oliveira, valiente, quiso cruzar de nuevo. Apostó por el caos, pero Topuria le esperaba. Primero el jab, seco, y luego un uno-dos brutal: derecha recta, crochet a la sien, y todo se apagó para el brasileño. Un KO de los que hielan la sangre, por su limpieza y su precisión. El público explotó. Sólo necesitó medio asalto para poner todo patas arriba.

Ilia Topuria no celebró con estridencia. Caminó firme, sabiendo que acababa de sellar su nombre en la historia. Porque con esta victoria se convierte en el décimo campeón de UFC que reina en dos divisiones distintas, pero el único que lo ha hecho invicto. Una marca que quedará grabada para siempre.

Oliveira, ya consciente, reconoció el talento de su verdugo. Fue un gesto noble, a la altura de su legado. Sabía que no hubo suerte ni error, solo superioridad.

En el micrófono, Topuria mostró su carácter. “Lo había dicho. Represento a la nueva generación. Este es el siguiente nivel y lo represento”, proclamó ante el rugido de Las Vegas. Y no tardó en calentar el futuro. “Tenemos aquí algunos pringados. Una rubia que no me gusta, otro que le duele la espalda cuando tiene que pelear… vamos a pelear”. Joe Rogan, que le entrevistaba, no perdió ocasión y preguntó si esa “rubia” era Paddy Pimblett. Ilia, con mirada de tiburón, le invitó a subir al octágono.

Pimblett aceptó con deportividad. “Ha sido un gran KO, enhorabuena”, concedió. Pero Topuria no perdonó. “Te voy a hacer lo mismo. Voy a poner mis pelotas sobre tu cabeza”, soltó con la misma frialdad que con la que había fulminado a Oliveira. Después le empujó, encendiendo aún más a la grada. El campeón le odia de verdad.

Ilia se marchó a hombros de su hermano Aleksandre, quien le alzó como símbolo de todo el sacrificio. Juntos, como cuando empezaron en un gimnasio pequeño, levantaron al cielo de Las Vegas dos cinturones. Aunque el hispano-georgiano dejó vacante la corona del peso pluma, quiso lucir ambos. Porque su camino hasta aquí no ha sido casualidad, sino la consecuencia de talento, trabajo y hambre.

Topuria ha cambiado la división. Nadie había logrado ser campeón en dos categorías invicto. Y lo ha hecho demoliendo a un ídolo como Oliveira en el primer asalto. Con golpes fríos, quirúrgicos. Con jiu-jitsu de élite y striking de asesino.

La historia de Ilia Topuria se sigue escribiendo, pero anoche en UFC 317 se grabó una página imborrable. El campeón noqueador ya es leyenda. Y el futuro, con nombres como Pimblett acechando, promete ser igual de explosivo.

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