Times Square, ese rincón del mundo dónde la vida parece una película en constante rodaje —entre pedidas de mano, fiestas de fin de año y manifestaciones de toda índole— fue testigo de algo sin precedentes: el boxeo se adueñó de su asfalto. Donde normalmente reinan los taxis y los turistas, emergió un ring. La iniciativa, respaldada por Arabia Saudí bajo el sello de la revista The Ring, se bautizó “Fatal Fury: City of the Wolves”, como si la ciudad se convirtiera por una noche en un escenario retro donde cada combate era un nivel a superar. Pero la ficción quedó pronto rebasada por una realidad mucho más cruda.
El duelo estelar entre Ryan García y Rolly Romero era el plato fuerte de la velada. Las expectativas estaban puestas en un García explosivo, ágil, capaz de dominar el espectáculo con su rapidez habitual. Lo que apareció, sin embargo, fue un Ryan apagado, lento, desdibujado. En el segundo asalto, un contragolpe quirúrgico de Romero lo envió al suelo. No fue una caída violenta, pero sí una que marcó el tono del resto del combate. Rolly mantuvo el control con paciencia, castigando los errores de un García que parecía resignado desde mitad del trayecto.
Y entonces sucedió lo insólito. Tras el fallo de los jueces (115-112, 115-112, 118-109), lejos de la frustración o el enojo, García se acercó a su rival, lo abrazó… y lo aplaudió. Un gesto que dividió opiniones, pero que sin duda humanizó la derrota. “Rolly fue mejor esta noche. Me alegro de haber podido completar los 12 rounds después de tanto tiempo fuera”, confesó Ryan al micrófono, sin excusas ni rodeos.
Haney vs. Ramírez: una decepción vestida de táctica
Sobre el papel, el choque entre Devin Haney y José Carlos Ramírez prometía una clase maestra de boxeo técnico. En la práctica, fue un combate plano, con poco que rescatar. Apenas hubo intercambio real. Los datos lo confirman: entre ambos conectaron solo 110 golpes en toda la pelea, una de las cifras más bajas en los últimos diez años en un combate titular.
Haney se impuso sin dificultades con tarjetas de 119-109, 119-109 y 118-110. Pero esa victoria, sobre el ring y en los números, no se trasladó al ánimo de los asistentes. Algunos cabeceaban vencidos por el aburrimiento; otros apenas disimulaban su decepción. “Fue una pelea táctica”, se justificó Haney. Pero las butacas frías dijeron más que su frase. Ni él ni Ramírez lograron dejar una huella.
Teófimo López: el salvavidas de la noche
El único que logró rescatar el espectáculo fue Teófimo López. Su defensa del título superligero de la OMB frente a Arnold Barboza Jr. devolvió algo de adrenalina a la noche. Barboza dio la sorpresa en el cuarto round, cuando una combinación lo hizo tambalear brevemente. Pero López respondió con aplomo y cerró con una ofensiva poderosa en el décimo que encendió al público.
Esta vez, los aplausos fueron espontáneos, sinceros. El veredicto fue una decisión unánime a favor del campeón, quien, fiel a su estilo, remató con una frase que ya es marca registrada: “Si no hay drama, no soy Teófimo”. Detrás de las vallas, decenas de fanáticos coreaban su nombre mientras él repartía saludos con la sonrisa de quien sabe que aún puede dar más.
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