Shakur Stevenson no corrió. No abrazó. No desapareció tras el jab. En Nueva York, decidió quedarse de pie y pelear. Frente a un William Zepeda agresivo, incisivo, valiente, el estadounidense se metió en la trinchera. Y desde ahí construyó una victoria trabajada, valiente, discutida, pero real.
Las tarjetas fueron exageradas —119-109, 118-110, 118-110—, pero el combate fue todo menos cómodo. Zepeda lo llevó al límite, conectó más que ningún otro rival en la carrera de Stevenson: 153 golpes de poder, muchos al cuerpo, varios al rostro. Uno de ellos, en el tercer asalto, lo hizo tambalear por primera vez. Pero no retrocedió. Se quedó. Pegó. Aguantó.
Fue el tipo de pelea que sus críticos decían que no podía dar. Sin excusas. Sin escapatoria. Sin esconderse. Durante diez asaltos, Shakur aceptó el castigo. A veces respondió con precisión quirúrgica, otras con ráfagas cortas pero exactas. Parecía Floyd Mayweather, pero en su versión más humana y vulnerable.
Zepeda empezó fuerte. Desde el primer asalto lo acorraló. En el segundo, ambos se repartieron los espacios: el mexicano al cuerpo, Shakur a la cabeza. Pero en el tercero, el retador encontró el hueco perfecto. Un recto al rostro de Stevenson lo descolocó. El campeón tambaleó. Y en vez de desaparecer, se quedó y devolvió el fuego.
La pelea entró en una dinámica tensa. Zepeda no bajó el ritmo. Stevenson no lo frenó con el jab ni con los pies, sino con reflejos y contraataques. En las esquinas, rodaba golpes con los hombros y respondía con precisión. En el centro, combinaba con estilo. En los últimos asaltos, cuando Zepeda bajó la cadencia, Shakur empezó a controlar.
Para el décimo, apareció por momentos el Shakur Stevenson evasivo. Pero solo por instantes. El combate nunca perdió intensidad ni respeto. Casi no hubo clinches. No hizo falta el árbitro. Solo dos boxeadores entregando su estilo, su cuerpo y su orgullo.
Al final, el veredicto no sorprendió, pero sí las sensaciones. Porque Stevenson ganó… y sangró un poco por dentro para lograrlo.
En la entrevista posterior, fue autocrítico. “Vine a probar un punto. Recibí más castigo de lo normal… Pero tengo ese perro dentro de mí.”
Y luego llegó el grito: “Quiero a Gervonta Davis. Los mejores contra los mejores.”
El reto está lanzado. Aunque su hoja de ruta en el peso ligero sigue esperando nombres como Andy Cruz o Raymond Muratalla, esta versión de Stevenson —más hombre que sombra— da señales de que está listo para los grandes escenarios. Para los que duelen. Para los que importan.
Zepeda se ganó el respeto. Stevenson se ganó una nueva narrativa. Quizás, por primera vez, no pareció invencible. Pero sí imprescindible.
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