Oleksandr Usyk lo volvió a hacer. Frente a 80.000 almas en Wembley, el ucraniano escribió otra página de oro en la historia del boxeo. No solo derrotó a Daniel Dubois, lo desmanteló. Lo hizo con paciencia, con sabiduría y, finalmente, con una izquierda que cayó como un martillo celestial. Fue en el quinto asalto. Contundente. Definitivo.
A sus 38 años, Usyk no parece acercarse al final. Todo lo contrario. “Treinta y ocho es solo el comienzo”, gritó al terminar. Y nadie se atrevió a contradecirlo. Porque en su rostro no hay duda. Solo convicción. Y en sus puños, precisión quirúrgica.
Dubois llegó al combate con ímpetu. Venía de triunfos sobre nombres importantes. Pero esta vez se topó con algo diferente. Con un boxeador que no solo gana, transforma cada pelea en una lección.
Desde el primer asalto, Usyk impuso su ritmo. Movimientos cortos. Lectura perfecta. Casi sin esfuerzo visible. Dubois buscaba, pero no encontraba. Golpeaba el aire. Perseguía un fantasma que bailaba a su alrededor.
En el tercero, Usyk apretó el acelerador. Empezó a castigar con la izquierda. Al cuerpo. A la cabeza. A los nervios. Y Dubois, por valiente que fuera, empezó a romperse. No física, sino mentalmente.
El miedo apareció en sus ojos ya en el pesaje. Cuando Usyk se plantó frente a él, con esa calma que precede a la tormenta, Dubois ya sabía que no había manera de tocarlo. Su rostro cambió. El instinto le decía que aguantara. Pero su alma ya entendía que estaba ante alguien superior.
En el quinto, todo terminó. Un cruzado de izquierda perfecto mandó a Dubois al suelo. El cronómetro marcaba 1:52. No hubo más. El árbitro no contó hasta diez porque no hacía falta. El combate estaba decidido mucho antes.
Usyk retiene así los cuatro cinturones y confirma que no tiene rival en el peso pesado actual. Ya fue campeón indiscutido en crucero. Ahora lo es en la categoría reina. Es el único en lograrlo en este siglo. Y lo ha hecho sin gritar, sin provocar, sin alardes. Solo boxeo. Solo arte.
Con récord de 24-0, 15 nocauts, su legado es imposible de ignorar. Cuando le preguntaron por el futuro, habló de descansar. De su esposa, de sus hijos. Y luego deslizó algunos nombres: Tyson Fury, Anthony Joshua, Joseph Parker… Como si importara.
Esta noche en Londres, Usyk no solo defendió su trono. Lo blindó. En el peso pesado, no hay nadie que se le acerque. Ni en técnica. Ni en corazón. Es el mejor de su generación. El mejor del siglo. El boxeo ya no le pertenece a los gigantes. Le pertenece a Usyk.
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