Tom Aspinall debía consolidarse como el rostro de la nueva era del peso pesado. Su primera defensa del título indiscutido llegaba con el respaldo de un público que lo veía como heredero natural de la cima. En frente, un Ciryl Gane cuestionado, herido en el orgullo tras haber caído con Jon Jones en 2023.

Pero lo que debía ser una batalla por la legitimidad se transformó en un episodio inconcluso. En el primer asalto, un pique accidental en el ojo izquierdo del campeón cambió el rumbo de la noche. Aspinall se llevó la mano al rostro, pidió tiempo médico y nunca recuperó la visión. El árbitro detuvo el combate.

El Etihad Arena quedó en silencio, luego en murmullos, y finalmente en abucheos. El campeón abandonó el octágono con la mirada perdida y una toalla empapada cubriéndole la cara. En su rostro se mezclaban la frustración y la incredulidad.

Horas después, Dana White habló con resignación. “Gran pelea, final terrible”, resumió el CEO de la UFC. “Ciryl se vio fantástico, Tom estaba preparado, pero no puedes obligar a alguien a pelear si no puede ver. Solo él sabe cómo estaba”.

El inglés fue trasladado de inmediato a un hospital. Allí pasó la noche, acompañado de su equipo y de su padre, Andy Aspinall, quien también apareció al día siguiente en el vídeo publicado por su hijo. “Todo ese entrenamiento para esto”, decía Tom a Daniel Cormier, aún entre la rabia y la impotencia.

Su padre fue más allá: “Mike Bisping perdió un ojo. Si eres padre y ves eso, temes lo peor. Algo debe hacerse para proteger a los peleadores”. En sus palabras se percibía no solo miedo, sino una llamada a revisar los protocolos en situaciones de daño ocular.

Entre la duda y la revancha

La UFC declaró el combate no contest, sin penalización para Gane, que había recibido advertencias previas por abrir demasiado la mano. White confirmó que el plan es reprogramar la pelea tan pronto como Aspinall reciba el alta médica. “Ambos están en forma, salvo el ojo. Haremos la revancha en cuanto sea posible”, afirmó.

El desenlace no solo paraliza la división más mediática del deporte, sino que deja sensaciones encontradas. Aspinall sigue siendo campeón, pero su aura de invulnerabilidad se ha resquebrajado. Gane, que muchos consideraban acabado tras su derrota ante Jones, recupera prestigio y credibilidad.

A veces, las noches grandes de la UFC no se miden por los nocauts ni los títulos. Se miden por lo que dejan cuando las luces se apagan. En Abu Dabi quedó una imagen: un campeón con la vista nublada y un aspirante que no pudo probar del todo su redención.

Dana White reconoció que el resultado es “un dolor de cabeza” para la organización. El título pesado, ya afectado por más de un año de inactividad, vuelve a quedar sin claridad. Pero si algo tiene la UFC, es su capacidad de convertir los accidentes en narrativa. El segundo Aspinall-Gane ya no será una simple revancha: será un acto de reparación.

Gane tendrá la oportunidad de demostrar que su técnica puede doblegar al poder. Aspinall, la de probar que su pausa no fue una retirada, sino una decisión prudente. Y el público, el de reconciliarse con una noche que terminó demasiado pronto.

Porque el combate que no fue podría acabar siendo el más esperado del próximo año. Y cuando se cierre esa puerta del octágono, no solo se resolverá un título: se decidirá el valor de la paciencia, el respeto y el miedo a perderlo todo.

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