En la mirada de Robert Whittaker hay algo que no se apaga. Puede haber pasado por derrotas, lesiones y dudas. Pero sigue ahí. Firme. Serio. Convencido. El neozelandés, uno de los nombres más respetados del peso medio en la UFC, regresa este sábado 26 de julio en Abu Dhabi para seguir escribiendo su historia. Una historia que, como él mismo, no necesita ruido. Solo constancia.

Nació en Nueva Zelanda, pero creció en Sydney, en un entorno donde no sobraba nada. Criado por su padre, con raíces maoríes y samoanas, aprendió desde niño el valor de la disciplina. A los siete años empezó a entrenar karate. A los quince ya probaba con la lucha y el jiu-jitsu. El deporte no era una moda. Era un camino.

En 2009 debutó como profesional. Rápido, técnico y con instinto de finalizador, pronto llamó la atención. En 2012 llegó a The Ultimate Fighter: The Smashes, donde representó a Australia. Ganó el torneo y firmó su contrato con la UFC. Al principio, compitió en peso wélter, pero su cuerpo pedía otra cosa. La decisión de subir al peso medio cambió su carrera.

Ahí empezó a construirse el legado de Whittaker. Encadenó victorias sobre nombres importantes como Brad Tavares, Uriah Hall y Ronaldo ‘Jacaré’ Souza. Pero fue en 2017, ante Yoel Romero, donde todo estalló. Venció al cubano en una guerra épica para coronarse como campeón interino del peso medio. Más tarde, tras la salida de Georges St-Pierre, fue ascendido a campeón indiscutido.

Ese mismo año, en la revancha con Romero, demostró que era algo más que un golpeador. Aguantó castigo, se levantó una y otra vez y defendió su trono en otra batalla brutal. Corazón, resistencia, precisión. Whittaker lo tenía todo. Pero las lesiones comenzaron a perseguirlo. Abdomen, rodillas, infecciones… El cuerpo le exigía parar. Y lo hizo.

En 2019 perdió el título ante Israel Adesanya. Fue un golpe duro, pero no definitivo. Regresó con tres victorias consecutivas ante Darren Till, Jared Cannonier y Kelvin Gastelum. Demostró que seguía siendo uno de los mejores del mundo. En 2022 volvió a enfrentarse a Adesanya. Perdió de nuevo, pero esta vez por decisión ajustada. No se rindió.

Fuera del octágono, Whittaker ha hablado abiertamente de sus luchas personales. Ha lidiado con la presión, con la ansiedad, con la exigencia constante. Es padre de familia, reservado y alejado del personaje mediático. No busca ser estrella. Busca ser mejor cada día.

Su estilo es limpio, metódico, eficiente. Golpea con inteligencia, defiende con instinto, y piensa como un veterano. Pero no ha dejado de evolucionar. Nunca se ha considerado un producto terminado. Siempre ha querido mejorar.

Ahora, con 33 años, encara un nuevo capítulo. Otro reto, otro rival, otra oportunidad de demostrar que aún está en la élite. Su carrera es la de alguien que nunca se creyó invencible, pero nunca dejó de pelear. Un competidor nato. Un campeón de verdad. Robert Whittaker no necesita un cinturón para demostrar lo que es. Solo necesita que suene la campana.

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