Charles Oliveira volvió a ser “Do Bronx”. En su tierra, frente a una afición que lo idolatra, el ex campeón ligero ofreció una actuación magistral para someter a Mateusz Gamrot en el segundo asalto del UFC Río. Fue una noche de redención, de conexión con su público y de un mensaje claro: Oliveira no se ha ido a ningún sitio.
Desde el primer segundo, la pelea tuvo alma de clásico. El estadio rugía antes del primer intercambio. Oliveira salió al centro con la confianza de quien pelea en casa. Conectó tres golpes limpios que encendieron a la grada y obligaron a Gamrot a buscar el derribo. El polaco lo consiguió, pero ese fue el inicio de su problema: entró al terreno favorito del brasileño.
En el suelo, Oliveira fue una pesadilla. Intentó una guillotina, amagó una oma plata y acabó barriendo para tomar la espalda. Con calma y precisión, se adueñó del combate. El público cantaba su nombre mientras él controlaba la posición, clavando los ganchos y trabajando para la estrangulación. Gamrot logró sobrevivir al primer asalto, pero la sensación era inequívoca: el ritmo y la confianza estaban del lado del ex campeón.
En el segundo round, Oliveira dejó atrás las pruebas y encendió la máquina. Gamrot lanzó combinaciones tímidas, pero el brasileño no le mostró respeto. Lo contragolpeó con una derecha que cambió el rumbo del combate y empezó a golpear al cuerpo con violencia. Una de esas manos al costado fue el principio del fin. Gamrot retrocedió, Oliveira lo derribó y, como si todo estuviese escrito, tomó la espalda con fluidez.
El resto fue puro Oliveira. Cintura, control y una estrangulación trasera perfecta. El polaco resistió lo que pudo, pero a los 2:48 del segundo asalto, la rendición fue inevitable. Oliveira se levantó, saltó la jaula y se lanzó al público. No era solo una victoria; era una reconciliación con su gente y con su propio legado.
Después, micrófono en mano, habló desde el corazón. “Le debo esta victoria a mi equipo, a mi entrenador, que me devolvió la confianza”, dijo visiblemente emocionado. Y luego, sin dudar, dejó claro su siguiente objetivo: “Max Holloway, te quiero por el cinturón BMF. Ese es el combate que el mundo quiere ver.”
La imagen de Oliveira celebrando entre lágrimas resume lo que fue la noche: una reafirmación. Su jiu-jitsu sigue siendo el más temido del octágono, pero lo que marcó la diferencia fue la mentalidad. En casa, ante su gente, Charles Oliveira volvió a ser el hombre que cambia el aire de la arena cuando pelea.
El desafío a Holloway tiene sentido. Por estilo, por legado y por emoción. Si el UFC decide hacerlo, sería el combate perfecto para un Oliveira que, después de todo lo vivido, parece listo para escribir un nuevo capítulo. En Río, no solo ganó una pelea: recuperó su trono emocional.
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