En abril, Conor Benn entró al Tottenham Hotspur Stadium con la furia contenida de quien ha tenido que sobrevivir a la sospecha. Durante dos años, su nombre fue sinónimo de duda. Dos positivos por clomifeno en 2022 le habían quitado el brillo al apellido Benn y lo dejaron suspendido en el limbo.
Cuando el ring volvió a abrirse, él decidió hacerlo suyo a golpes. Prometió violencia. Y cumplió su promesa. Durante doce asaltos, Benn y Chris Eubank Jr. ofrecieron un combate intenso, sucio, emocional. Hubo giros, resistencia, poder. Pero cuando los jueces hablaron, la rabia se transformó en silencio. Por primera vez en su carrera, Conor Benn perdió.
Y fue en la derrota cuando empezó a entender. En los días posteriores, Benn volvió a ver la pelea. No solo los golpes. También su rostro, su ritmo, su respiración. Lo reconoció todo, menos a sí mismo. “Sabía que lo estaba lastimando, que lo tenía cerca”, contó a Sky Sports. “Pero no pensaba en ganar asaltos. Solo quería hacerle daño. Estaba consumido por la violencia”.
Era un retrato fiel de su estado de ánimo. Benn, 29 años, cargaba con una ira que lo había sostenido desde su caída pública. Dos años de acusaciones, defensas, dudas y titulares. Quiso demostrar que seguía siendo peligroso. Quiso demostrarlo demasiado. “Pensé que lo iba a noquear. Estuve tan cerca… pero me volví codicioso”, admitió. “Faltó disciplina. No estoy decepcionado por la derrota, sino por haber perdido el control”.
El hijo de Nigel Benn, una de las leyendas británicas del boxeo, siempre fue un peleador de instinto. Nunca negó su naturaleza: agresivo, frontal, directo. Pero aquella noche descubrió que incluso el fuego necesita límites. Cuando anunciaron la victoria de Eubank Jr., Benn se quedó inmóvil. “Pensé que había ganado. Sentía que marcaba el ritmo, que conectaba los golpes más potentes. Quizá él ganó los últimos dos asaltos, pero creí que era mía”, recordó.
No habló de robo. Habló de responsabilidad. “Su ritmo fue bueno, aunque sus golpes no dañaban. Lo hizo desordenado, pero usó bien su peso. No fue un robo. Fue una pelea cerrada. Pero mi falta de disciplina la decidió”. En esas palabras hay más madurez que en cualquier victoria.
Un combate contra sí mismo
El 15 de noviembre, Benn volverá al mismo estadio, frente al mismo rival, con un mismo propósito: reconciliarse con su propio reflejo. La revancha no es solo deportiva, es personal. “Esta vez no tengo nada que demostrar”, afirma. “No quiero pelear desde la rabia. Quiero hacerlo desde la claridad, con cabeza. La ira te ciega. Y cuando estás ciego en el ring, pierdes”.
El combate con Eubank Jr. fue, en muchos sentidos, la pelea más humana de su carrera. Un duelo entre dos hombres cargados de historia familiar, de orgullo y de peso mediático. Pero también una confrontación entre el pasado y el presente del boxeo británico. Eubank, con su estilo cerebral y paciente. Benn, con su agresividad desatada. Dos formas de entender el mismo legado.
Para Benn, la revancha no es un ajuste de cuentas. Es una oportunidad para demostrar que ha aprendido a controlar aquello que lo define. “Quiero mostrar que puedo mantener la calma, que puedo boxear sin perder el alma”, dice. El desafío es interno. No se trata de Eubank. Se trata de volver a creer en sí mismo.
Su historia no es la de un villano que busca limpiar su nombre, sino la de un luchador que intenta domesticar su fuego. Porque la violencia, sin dirección, destruye. Y él ya sabe lo que es arder. En noviembre, cuando vuelva a sonar el himno bajo el techo del Tottenham Hotspur Stadium, Conor Benn caminará hacia el cuadrilátero con la misma mirada intensa, pero otro pulso.
Esta vez, no buscará venganza. Buscará equilibrio. Porque a veces el combate más difícil no es contra el hombre que tienes enfrente, sino contra el que te mira desde el espejo.
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